Es muy probable que los jugadores del Rayo Vallecano no encuentren argumentos para volver a calzar
se botas con cordones naranjas. No, al menos, mientras las instituciones que gobiernan el deporte y el
fútbol persistan en su idea de cortar los vínculos con los aficionados ultras. La plantilla rayista plasmó
una supuesta solidaridad con sus aficionados radicales el pasado 16 de marzo en el partido contra el
Granada. Los Bukaneros protestaban vestidos de naranja como los presos de Guantánamo por lo que
entendían es un acoso policial. La Comisión Antiviolencia, que vela por la seguridad del deporte en
España, se puso en contacto con el presidente del Rayo y le hizo saber que esas prácticas estaban fuera
de lugar, en desuso y podían ser causa de sanción.
Los futbolistas del Rayo no han usado más cordones naranjas. Es un ejemplo que consideran esencial
los impulsores del cambio de rumbo respecto a la violencia en el fútbol español. Hoy juegan Deportivo
y Atlético. Cuatro meses y medio después de la muerte de Jimmy, el hincha gallego, los ultras
empiezan a desaparecer de los campos. Buscan otras vías de intervención, nuevos caminos, pero el
cerco se ha estrechado sobre ellos.
Al decir del presidente de la Liga, Javier Tebas, y del secretario de Estado para el Deporte, Miguel
Cardenal, el giro es radical. «Estamos erradicando la violencia verbal, los cánticos que agreden a las
personas y estamos enterrando ese entorno tóxico con el que tienen que convivir los mayores y, sobre
todo, los niños. Había que desterrar a los violentos y el panorama en el fútbol es ahora irreconocible
respecto a unos meses atrás»
El propósito arrancó con una batería de medidas en los campos tras la muerte de Jimmy y se ha
plasmado en una sensación -los clubes parecen decididos a colaborar en erradicar la violencia- y en
hechos concretos. Todos los equipos de Primera y Segunda, salvo la Real Sociedad y el Albacete, había
n entregado en marzo el Libro de Registro de Seguidores, introducido en la Ley 19/2007. Se trata de
información genérica e identificativa sobre la actividad de las peñas, asociaciones, agrupaciones o
grupos de aficionados, que presten su adhesión o apoyo a la entidad.
En esa documentación los clubes informan por escrito si aportan algún tipo de apoyo en un sentido
amplio: facilitación de medios técnicos, económicos, materiales, informáticos o tecnológicos; cesión de
instalaciones, concesión de ayudas económicas o incentivos, entradas gratuitas o descuentos especiales;
apoyo logístico para el transporte organizado; cesión de secciones o de espacios en los medios de
difusión del club. Es decir, las entidades deportivas se han comprometido a eliminar los soportes que
algunos grupos ultras recibían.
La Comisión Antiviolencia ha puesto el acento en Internet. Ha creado un grupo de trabajo especializado
en el seguimiento de las redes sociales, en permanente contacto con la policía, que permitió sancionar
hace meses a un seguidor del Atlético que deseó en un tuit que «ojalá mueran más hinchas» del
Deportivo. Fue castigado con 60.000 euros y cinco años de prohibición de acceso a los campos.
También pende la misma propuesta de sanción para un locutor de Alerta Digital TV, quien profirió
insultos contras los aficionados vascos y catalanes -los llamó «cerdos y ratas separatistas»- por la
previsible pitada al himno en la final de la Copa del Rey.
En la misma línea, la Oficina Nacional de Deportes ultima la elaboración de un catálogo de símbolos y
lemas identificativos con mensajes o comportamientos violentos, xenófobos, racistas o que inciten a los
mismos. Los clubes de fútbol están colaborando de manera activa en estas medidas, según confirman
fuentes de Antiviolencia. Y en especial, el Real Madrid. Florentino Pérez está decidido a acabar con la
leyenda negra de los Ultras Sur. Gracias a la información que suministró el club blanco, los radicales
no pudieron acceder al estadio de Vallecas en el duelo contra el Rayo.
El Madrid también alertó en la previa del partido de Champions con el Atlético, pero esta vez los ultras
se salieron con la suya. Compraron entradas dispersas y consiguieron reubicarse en el Calderón.
Es el resumen del nuevo peligro: los violentos buscan otros caminos para seguir en acción.