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jueves, 16 de mayo de 2013

Bandas violentas, agazapadas tras las protestas sociales

Entre 10.000 y 12.000 personas forman parte en España de grupos urbanos violentos. Algunos han encontrado en el creciente descontento social su caldo de cultivo y, agazapadas tras la pancarta de las protestas, han intentado apoderarse del movimiento pacífico que se inició con el 15M.

agrario Ortega
Madrid, 15 may.- Entre 10.000 y 12.000 personas forman parte enEspaña de grupos urbanos violentos. Algunos han encontrado en el creciente descontento social su caldo de cultivo y, agazapadas tras la pancarta de las protestas, han intentado apoderarse del movimiento pacífico que se inició con el 15M.
En algunos casos lo han conseguido, aseguran a Efe fuentes policiales, que recuerdan cómo la actuación violenta de estos grupos se convirtió en la verdadera protagonista de la primera convocatoria del 25S, acaparó los telediarios y dejó en un "breve" la movilización de 400.000 personas que protestaban contra el Gobierno.
Aunque la Policía ha controlado los conatos violentos producidos al calor de la crisis, no se puede menospreciar un resurgimiento de la violencia de las bandas porque "no son cuatro amigos".
David Docal, director del Centro de Estudios e Iniciativas sobre Discriminación y Violencia (Ceidiv), lo tiene claro y pide más control para que España no se convierta en un nido de grupos violentos con su propio espacio político, ni éstos lleguen a ser la "guardia pretoriana" de líderes de ideología extrema.
¿QUIÉNES SON?
No todos se han "infiltrado" en la pancarta. Los expertos diferencian varios grupos, entre ellos los Skinhead, divididos en antifascistas y nacionalsocialistas. Rapados y con estética similar, solo les diferencia la marca de la ropa y comparten la filosofía de "el pueblo para el pueblo".
Los antifascistas tienen tres ramificaciones: los Redskin, los Sharp y los Rash, mientras que los neonazis o nacionalrevolucionarios se dividen en Sangre y Honor, de origen inglés; Hammersink (el skin del martillo), procedente de EEUU, y los Volksfront (frente obrero), cuya intención es unir el movimiento.
Por su parte, los antisistema se reparten en punkis, anarquistas y okupas. Todos creen que la violencia es el camino y sus llamados "centros sociales okupados", donde en ocasiones se celebran acciones ilegales, han llegado a ser refugio de terroristas tras un atentado.
La Policía considera a los ultras del fútbol bandas violentas, que tienen en este deporte la excusa para compartir una ideología racista y extrema.
Anonymous, grupo urbano que ejerce la violencia contra empresas o los estados a través de Internet provocando daños económicos incalculables, y los Bakalas, supervivientes de la música bakalao y protagonistas de robos, peleas y tráfico de drogas en el interior y exterior de discotecas, están también en el punto de mira de la Policía.
Pero las que más preocupan por su violencia son las bandas latinas, como Latin King, Trinitarios o los Ñetas, aunque también pequeñas "franquicias" con un puñado de miembros que siembran el terror entre los alumnos de colegios o institutos, a los que roban sus pertenencias.
La Policía cree que estas bandas seguirán poniendo muertos en las calles y ha observado su interés por hacerse con el mercado de la droga, ya que están llegando a acuerdos con los gitanos en algunos barrios de Madrid.
Lo peor, dicen las fuentes, es la implantación en España de las "maras". Más crimen organizado que grupo urbano, están empezando a llegar, aunque no alcanzarán el grado de violencia de México, Honduras o Guatemala.
"Son como las hormigas. Primero lanzan cuatro o cinco para ver cómo está el terreno y luego llega la marabunta", subraya una fuente.
ESCENARIOS
"La violencia engancha", asegura a Efe David Madrid, agente formador del Sindicato Unificado de Policia (SUP) en esta materia. Y es el ejercicio de esa violencia el que da poder en la banda, a la que se llega para cubrir un sentimiento de pertenencia.
Sus miembros no son necesariamente muy jóvenes ni de extracción social baja. Entre los ultras del fútbol y en los antifascistas se integran licenciados y profesionales liberales de 40 ó 45 años que se convierten en violentos "de fin de semana".
Cuatro personas han muerto en lo que va de año en España como consecuencia de su actuación. Pero en esos asesinatos no se tendrá en cuenta la agravante de crimen de odio, no regulado en nuestro país, aunque sí lo incluirá la reforma del Código Penal, tal y como demanda Europa.
¿Cuáles son sus escenarios? Uno de los más importantes es Internet, un nudo de comunicación desde el que se convocan a manifestaciones, conciertos o, incluso, a peleas. La red les ofrece también la posibilidad de adquirir sus armas sin control y de disponer de manuales para su fabricación.
Ser un experto en la fabricación de artefactos y otras armas está muy valorado dentro de la banda.
Otro de los escenarios de encuentro son los propios conciertos de grupos cuyas canciones tienen como objetivo sembrar el odio. "Al arma, al arma. Soy fascista, terror del progresista". "Negro, vuelve a la selva, Europa es blanca y no es tu tierra", son ejemplos de esas letras.
Las manifestaciones convocadas por ellos -nacionalsocialistas y antisistema, sobre todo- y los estadios, controlados tanto en la exhibición de símbolos como en los altercados, son otros lugares de reunión.
También los gimnasios, pero en esta ocasión para entrenarse en técnicas de lucha extrema, en las que centran sus veladas. Se trata de un movimiento importado de Europa llamado Goodnight, Rightside y Leftside.
La crisis ha creado un caldo de cultivo para la actividad de las bandas y, por eso, desde el Ceidiv se imparte formación tanto a Policía, profesores, padres y periodistas, pero también se solicita que se implementen medios para perseguir a los violentos, sin olvidar un sistema que permita conocer las estadísticas de los delitos de odio.
El fuego, indica gráficamente David Docal, todavía no ha llegado a las calles españolas, como sí lo ha hecho en las protestas de Grecia. El peligro existe. Las recetas para evitarlo: formación, prevención y educación. EFE

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