El Confidencial 18-01-2014 Federico Quevedo
Gamonal no es el problema. Es la excusa. Eso a estas alturas ya queda bastante claro. A ninguno de estos violentos que han vuelto a buscar el incendio de las calles de España le importa un comino que se construya o no un bulevar en un barrio de Burgos porque, si eso fuera así, nos pasaríamos la vida prendiendo fuego a todos los pueblos de este país porque en todas partes cuecen esas habas. Que no nos tomen por idiotas: ninguno de estos energúmenos sabía siquiera hace cuatro días que existía un barrio en Burgos llamado Gamonal. Es más, seguro que muchos de esos zoquetes ni siquiera sabrían señalar en el mapa de España donde está situado Burgos, pero lo utilizan como excusa para su campaña de agitación social en pro de una democracia a la cubana.
Esta ha sido una semana de florecimiento de los extremos, aunque la extrema izquierda se deja sentir con violencia y la extrema derecha con una educada vehemencia verbal, pero los objetivos son los mismos: acabar con el sistema, reventarlo o, sencillamente, hundirlo. Hace unos días un alto cargo policial me lo decía clara y contundentemente: la izquierda, la extrema izquierda -yo tengo muchos amigos de izquierdas, buenos demócratas, que luego se quejan si no hago esa distinción-, “busca un muerto, quiere poner un muerto sobre la mesa del Consejo de Ministros” y así provocar una oleada imparable de agitación social que obligue al Gobierno a claudicar y convocar unas elecciones de las que surgiría un Parlamento tan extremadamente polarizado que sería imposible gobernar el país.
Lo curioso es que la extrema derecha busca más o menos lo mismo, aunque por vías distintas. Desde que gobierna Rajoy la extrema derecha ha hecho del asunto del fin de ETA su campo de batalla, negando la realidad del fin de la violencia terrorista y la victoria de la democracia sobre la banda, y esperando que un error del Ejecutivo lleve a ETA a volver a atentar de nuevo. Otro muerto sobre la mesa de Rajoy que tendría unas consecuencias catastróficas. De uno y otro lado se intenta que el Gobierno fracase, que lo haga estrepitosamente, y que se vea abocado a unas elecciones anticipadas de consecuencias imprevisibles.
La clase política, a galeras
Es curioso cómo los extremos se buscan mutuamente. Uno lee los manifiestos fundacionales de los dos 'experimentos' que por la derecha y por la izquierda se han asomado a la actualidad esta semana, y algunas coincidencias son asombrosas. Otras no, evidentemente. Pero en ambos casos se quiere dar una lección a la clase política actual y mandarla a galeras, como si todos los políticos de España fueran delincuentes y tuvieran la culpa de nuestras desgracias, como si ellos mismos no formaran parte, en el fondo, de ese mismo sistema que tanto critican y desprecian pero del que se alimentan necesariamente.
Los radicales de uno y otro lado quieren sangre que manche la imagen de España ahora que parece que fuera de nuestras fronteras se nos empieza a mirar con una benevolenciaque nosotros no tenemos para nosotros mismos, ahora que parece que empezamos a salir del atolladero vamos a amargar la fiesta antes de que sea demasiado tarde y se extienda más allá de lo aceptable para los aguafiestas de uno y otro lado.
España nunca ha sido un país de extremos, pero sí un país en el que los extremos se hacen notar más que en ningún otro lado, y es cierto que la crisis y la impopularidad de las medidas de este y del anterior Gobierno han sembrado el descontento por casi todos los rincones, pero este es el momento en el que algo empieza a cambiar, y aunque no lo parezca la gente normal lo nota, y eso ha hecho saltar las alarmas en los cuarteles de invierno de los antisistema de uno y otro lado: si llega la recuperación, remitirá el descontento, y sin descontento no ha lugar a que prenda la llama de la revolución obrera ni la luz que alumbra la unidad de destino en lo universal. Hace falta un muerto, o dos, uno por cada bando, para que el país se encoja definitivamente y no vuelva a ser capaz de recuperarse en décadas.
¡Qué triste destino el nuestro, siempre en manos de enemigos que hemos amamantado a nuestros pechos
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